Cuando hablamos de hermano no queremos decir sino lo que realmente queremos significar y decir: hermano, que no es otra cosa sino la de corresponder de la misma forma que se correspondería con un hermano al que estás vinculado por la sangre. Es poner al otro - hermano por el Espíritu y en la fe - en el mismo lugar que a tu hermano de sangre.
Y eso no es nada fácil. Supongo que, simultáneamente, al mismo tiempo que lo escribo y lo lees te arrugas y tu corazón te dicta que es imposible. Sí, no sólo no es fácil, sino que es imposible desde el punto de vista humano. Nuestro corazón está muy contaminado y muy endurecido para considerar de esta forma y amar con y a ese estilo. Amar en esa dimensión no entra en nuestro corazón humano sin la ayuda del Espíritu Santo. No sólo se hace difícil entre tus propios hermanos de sangre, cuanto más con los que incluso no conoces o son tus enemigos.
Pero, no hay alternativa. Ese es el mandato de Quien te ha Amado así y a ese estilo. Y no sólo te ha Amado, sino que continúa amándote. Y no sólo te lo ha dicho, sino que sigue diciéndotelo ahora, en este mismo momento. Y no sólo con su Palabra, sino también con su Vida. Antes, ahora y siempre. Por tanto, hay sólo un camino. Y ese camino es Él, pues también te lo ha dicho: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Crees en Él y te pones en sus Manos o te alejas y te pones en manos de tu propio egoísmo. Tú decides, porque tu Padre, nuestro Padre Dios, te ha dado capacidad para decidir. Ni que decir que la misión es imposible para cada uno de nosotros, pero, la cuestión es saber y confiar que es posible para nuestro Padre Dios. Si Él nos lo dice y nos lo manda es que es posible, cogidos de su Mano, tal y como otros han hecho. Porque, al final no eres tú quien actúa, sino Cristo en ti. Ya lo dijo Pablo en una ocasión - Ga 2, 20 -. Pidamos al fe de fiarnos del Señor y la fortaleza de ponernos en sus Manos.
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