Si algo sé en esta vida es que un día llegará el momento de mi muerte. Y no me asusta pensar en ello, porque, es obvio, que tiene que venir. Lo lógico es que me prepare para ello. El sentido común me dice que si algo sabes que es seguro, procura que no te sorprenda. Por lo tanto, en lugar de tenerle miedo será más inteligente prepararte para que no te coja desprevenido y despistado.
Dando por sentado y acertado este pensamiento, lo verdaderamente importante es cuidar tu cuerpo. Eso lo hace mucha gente: dietas, ejercicios, revisiones médicas...etc. Pero, no sólo el cuerpo, porque sabemos muy bien y de ciencia muy cierta que el cuerpo, a pesar de todos sus cuidados, muere y se destruye. Pero, el alma sigue su camino. Algo de nosotros perdura y eso también tenemos que cuidarlo. Quizás con mucha más intensidad y atención, porque, lo que no muere tendrá más importancia.
Lo extraño y sorprendente es que todos queremos perpetuarnos, no sólo que nos recuerden, sino que nuestra vida se prolongue eternamente. Claro, damos por sentado que en gozo y salud perfecta, pues de lo contrario sería indeseable. Y eso es lo que piensa la mayoría, que una vez muerto no sufrirán. Pero, de eso no dice nada la Sagrada Escritura. La Palabra de Dios nos advierte todo lo contrario. Según hayas vivido y gastado tu vida, ahora durante el tiempo de tu recorrido, así vivirás toda la eternidad. Esto quiere decir que, si has vivido para ti, y pensando en ti, perderás tu vida. Y si la has vivido pensando en los otros, sin importarte la tuya, la habrás ganado para toda la eternidad en plenitud de gozo y felicidad.
Y esto se lo dice el Evangelio - Mt 16, 25 - y lo revela muy claramente. Y vuelvo con mi sorpresa, ¿es que la gente no entiende, o es que está hechizaba y sometida al Maligno? Porque, es posible y hasta normal que te venga dudas, pero es tan cierto que de algún sitio has salido y la Vida y Obras de Jesús te lo deja bastante claro. Y cuando te pones en sus Manos te ayudará, por la Gracia del Espíritu Santo, a fortalecerte para aumentar tu fe y superar todas las tentaciones y peligros. Es eso, Padre del Cielo, lo que hoy te pedimos. Aumenta nuestra fe y danos la fortaleza para vivirla consecuentemente. Amén.
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