Es evidente que nadie desea morir, e, incluso, conociendo que llegará la hora, nadie piensa en la suya propia. Algo así como que nos auto engañamos no pensando en ese momento. Como si no llegara nunca. Es verdad que en nuestro subconsciente subyace la aspiración de la eternidad, pero, no podemos evitar que ese paso eterno exija, primero, la muerte de este mundo.
Y, a
pesar de conocer esto, no nos preparamos con esmero, cuidado y vigilancia
atenta, cada día de nuestra vida, para no ser sorprendidos. Hay muchas
parábolas que nos advierten de ese momento inesperado y repentino que nos
pueden sorprender. Necesitamos estar preparados para que ese momento no nos
sorprenda, porque, nuestro Dios no es un Dios de muertos sino un Dios de Vivos.
Tratemos, pues, de reflexionar y de prepararnos consciente y responsablemente en actitud vigilante. Nuestra vocación y mayor anhelo es el deseo de eternidad. Una eternidad donde, según Palabra de Jesús, seremos como ángeles – hijos de Dios – para vivir eternamente y felizmente en su presencia. Pidamos, pues, postrados ante nuestro Padre Dios la Gracia de vivir en su presencia y Voluntad, creyendo en su Palabra y siguiendo su Voluntad aplicada y vivida en nuestra vida de cada día. Amén.