Si hay algo cierto es la muerte. Mi muerte y la de todo el mundo tienen su hora. Es verdad que la desconocemos, pero, no es menos verdad que todos los días le llega a muchos de este planeta tierra. Es la única realidad tan cierta que no tiene punto de discusión.
Ahora, también es verdad, pues cada uno de nosotros lo experimentamos, no vivimos, por la Gracia de Dios, obsesionados con la muerte ni con pendiente o temeroso de ese momento. Incluso, hasta en muchos momentos donde sentimos el peligro inminente.
Sin embargo, eso no es óbice para no hacer el esfuerzo de recordarlo y de tener, siempre presente y cada día, la posibilidad de que se presente ese momento, donde nos jugamos la eternidad, de encuentro personal con Jesús. Y ese sostenernos en su presencia lo logramos en la medida que frecuentemos los Sacramentos, sobre todo, de la Reconciliación y la Eucaristía.
Hoy, Señor, consciente de mis debilidades, olvidos y descuidos, te pido que me avives la memoria, la impronta de tu huella y presencia en mi corazón para que, siempre te tenga presente en todos los momentos e instantes de mi vida. Amén.
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