Prometemos seguir a Jesús y, al instante nos vienen dudas. Nuestra vida va a estar llena de dudas y dudas. Es algo que debemos reconocer y acostumbrarnos a no asustarnos, pero, también a no acostumbrarnos, porque la costumbre se hace callo y se camufla en nuestro corazón como algo normal. La duda es algo humano y, si quieres, normal, pero nunca es bueno dejarla anidar en nuestro corazón. Pronto hay que agarrarse al Señor, tal y como hizo Pedro, para no hundirnos en el lodo de este mundo.
Dudas sí, porque no podemos evitarlas, pero siempre agarrados, Señor, a Ti. Porque, Tú, Señor, eres quien nos sostienes y afirmas nuestros pasos en la tierra. Tú, Señor, eres quien adhiere nuestros pasos a la tierra firme y no dejas que nos hundamos en esa tierra movediza que nos tienta a hundirnos en ella. Tú, Señor, eres la promesa de salvación que nos levanta, que nos fortalece y que nos incita a seguir adelante esperanzados y confiados en tu Palabra y tus promesas. Gracias, Señor.
Sabemos y reconocemos nuestras dudas por la debilidad de nuestra naturaleza pecadora, pero, sabemos también que Tú nos amas y quieres salvarnos, y nos ofrece tu Infinita Misericordia. Y, esperanzados y abiertos a tu Amor misericordioso, nos aferramos a tu Mano salvadora para que nos asgas de la amenaza del mar que nos tienta para tragarnos y perdernos en la oscuridad y las tinieblas.
Por eso, Señor, confiados en tu Palabra y tu Misericordia nos ponemos y asimos a tu Mano para, agarrados a ella, superar todos los oleajes y dificultades del mar de nuestra vida. Amén.
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