El problema es que mi corazón es humano, débil y lleno de apetencias. Es un corazón fácil de vencer y de seducir por pasiones y apetencias que viven en su hepicentro. Su conversión pasa por desalojar todo lo que de humano es contrario al amor y sustituirlo por verdadero amor. Ese amor que se da, se olvida de sí mismo hasta el sacrificio por el otro. Ese amor que sorprendentemente, y para sorpresa de uno mismo, esconde el verdadero gozo y felicidad que todo ser humano busca.
Se trata de ir cambiando mis egoísmos por generosidades; se trata del trueque del desamor por el amor; se trata de ir muriendo a mis apetencias y satisfacciones para cambiarlas por la verdad y la justicia frente a los otros. Se trata de no mirar sólo por mí sino mirar para lo que le pasa al otro. Sobre todo al que sufre de manera injusta o es oprimido por otros. Se trata de no guardar para mí, sino compartir con los otros.
Comprendido esto se hace necesario buscar ayuda en quien te puede ayudar. Nadie te podrá ayudar en convertir tu corazón de piedra y egoísta en un corazón suave y amoroso que Jesús. Porque, para convertir hay primero que ser, porque, quien no tienes no puede dar. Se trata primero de ser para, luego, hacer. Y sólo Jesús, el Señor, puede transformar mi corazón egoísta en un corazón amoroso y dado a darse en amor por los demás.
Es eso, Señor, y no otra cosa la que te pido hoy. Transformas mi corazón de piedra, endurecido por el egoísmo de tener, de poseer, de poder y de satisfacción, en un corazón dado, abierto a comprender y a ayudar y dispuesto a despojarse de todo aquello con lo que pueda aliviar tu dolor y llenarte de amor. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario