No hay tiempo de descanso. En cualquier momento estamos dando testimonio del amor de Dios, incluso en la hora del descanso, porque misionar nos exige respetar, escuchar, comprender, estar disponible y solidario y toda actitud que se desprende del deseo de amar como Jesús, el Señor, nos ama.
Pero, partir con una condición, no como meta, pero sí como necesaria, la pobreza. Se nos ha dicho que para seguir a Jesús y proclamar su mensaje es necesario dejarlo todo. Hoy, el Señor, nos da una serie de mandatos a la hora de salir en misión: Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino: «Calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas».
La pobreza nos ayuda a ser transparente y a estar disponible. Porque, las riquezas, los bienes materiales, el poder, la fama, el prestigio y muchas cosas más nos impiden transparentar la verdad y dejar pasar la luz. Transmitir el Evangelio exige limpieza de corazón y exclusión de todo aquello que contamina, ensucia, mancha o impide que la verdad brille luminosamente. Y nos reconocemos y sabemos pecadores. Indigno de transmitir el mensaje del Señor.
Por eso, desde este rincón de oración elevamos nuestra plegaria, unida a todos los que se sumen a ella, rogando fortaleza, sabiduría y perseverancia para soportar todas las inclemencias que la misión nos presente. Rogamos luz para saber proclamar, con obras y palabra, el mensaje de salvación que Dios, por medio de su Hijo, el Señor Jesús, nos regala, rescatándonos de la esclavitud del pecado y liberándonos, para gozar junto a Él, en plenitud de gozo y felicidad eterna. Amén.
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