No es cuestión ni se trata de que tú inicies tu conversión, porque, entre otras cosas, no podrás hacerlo. La conversión no depende de ti. Lo que depende de ti, porque así lo ha querido Dios es tu decisión libre y voluntaria. Para eso se te ha dado libertad y voluntad. A partir de ahí, el Espíritu Santo, enviado para esa misión, tomará tu vida y la irá transformando de un corazón endurecido a un corazón suave; de un amor humano a un amor divino semejante al de Jesús.
Esa es tu misión, y también la mía, ponernos en Manos del Espíritu Santo y dejarnos cambiar y convertir por Él. Y es en tu bautismo, como en el mío, donde empieza todo. En el recibimos al Espíritu Santo y por Él nos convertimos en sacerdotes, profetas y reyes. Sacerdotes para llenarnos de una vida de piedad alimentada en la oración y los sacramentos. De manera especial la Penitencia y la Eucaristía. Profeta, para lleno de su Palabra en la reflexión y estudio diario, derramar el anuncio de la buena Noticia de salvación. Y Rey para, ser líder, primeros, en el servicio y la caridad a los demás siguiendo la estela y referencia de Jesús.
Y todo eso, no porque nosotros podamos, sino por la fuerza del Espíritu Santo, como asistió y vino sobre nuestro Señor Jesús en su Bautismo en el Jordán. También nos asistirá y acompañará durante toda nuestra vida a partir de su venida en nuestro bautismo. Por eso nos adelantó Jesús que podemos hacer cosas, y aún mayores como Él hizo, porque el Espíritu Dios lo puede todo. Esa es su misión, dirigir a la Iglesia y a cada uno de nosotros dentro de ella.
Ahora, nadie puede decidir por ti. Te corresponde a ti saber de quien te fías y para eso ha bajado el Espíritu Santo, para auxiliarte y orientarte. Pidamos, pues, al Espíritu Santo, enviado a cada uno en nuestro bautismo, que por su acción y Gracia encontremos el verdadero camino, verdad y vida que en Xto. Jesús nos lleva a la Gloria Eterna del Padre. Amén.
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