Todos hemos experimentado que se produce dentro de nosotros cuando experimentamos el perdón. Tanto ser perdonados como perdonar. Y eso descubre, si lo observamos abiertos y sin tapujos, que estamos necesitados de perdón y de ser perdonados. Lo que equivale a decir que somos seres pecadores, imperfectos, proclives a caer y cometer faltas y pecados. Y cuando se produce una limpieza nos sentimos mejor, en paz y felices.
No es lo mismo vivir en el perdón y experimentarse perdonado, que vivir en el sentimiento de culpa y, a pesar de tener salud, experimentarse triste y angustiado. Cuántas veces hemos oído decir estar dispuesto a perder un brazo o un ojo por sentirse perdonado. Quizás ahí está la causa por la que Jesús, conociéndonos mejor que nadie, da, primero, el perdón a aquel paralitico que le acercan.
Posiblemente, todos los enfermos experimentamos que no merecemos tanto, al menos de manera gratuita como las hacía Jesús. Y, sobre todo, cuando Él era nuestra última esperanza. Sentirnos perdonados es tan grande o más como sentirnos curados. Nuestra esperanza en las Palabras de Jesús reviven nuestro ánimo y nos dan vida, a pesar de estar postrado en una camilla.
Pero, no ocurre así para todos los hombres. Los hay, y muchos, que se obstinan en ser ellos los que determinan los sentimientos y los que liberan según sus voluntades. Son ellos lo que eligen al mesías que ha de venir y los que proponen los poderes y obras del propuesto mesías. No aceptan que otro puedan perdonar los pecados si ellos piensan de otra manera. Son ellos los que cierran sus corazones que, solamente abren para sus propias ideas y pensamientos. Son ellos los que...
Señor, perdona nuestros pecados y danos la necesaria humildad para abrirnos a tu Gracia y dejarnos perdonar. Gracias, Señor, por tanta bondad y por dejarnos esa puerta del perdón -Penitencia- abierta para renovarnos, limpiarnos y purificarnos en tu Misericordia y, fortalecidos en ella, continuar la lucha de cada día hacia tu Casa. Amén.
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