Pasaba en mi pueblo y pasa en todos. Los forasteros eran mejor acogidos y mejor mirados por las chicas de mi pueblo. Sobre todo, es decir, se nota más en los pueblos pequeños. Tenemos que reconocer que lo nuevo, lo desconocido, lo novedoso nos atrae más y, también, le prestamos más atención. Es algo innato o intuitivo que está sellado en nuestra naturaleza. Lo extraño nos detiene e incauta nuestra mirada.
Jesús era de aquel pueblo y le conocían. ¿Cómo uno del pueblo, e hijo del carpintero les iba a enseñar con tanta autoridad? ¿De dónde sale eso? Si le conocemos y conocemos a sus padres y familia. ¿De dónde le viene tanta autoridad y tanto poder para hacer milagros? ¿Cómo puede ser eso? Se buscan los defectos, los fallos y todo lo que pueda servir para justificar su cerrazón y rechazo. Es la reacción inmediata a la soberbia, a la autosuficiencia y al endurecimiento del corazón.
Jesús, el Señor, no busca el lucimiento y ante la carencia y cerrazón de corazón se aparta. Donde no hay fe no se puede actuar. Termina extrañado marchándose de su propio pueblo. Y proclama que nadie es profeta en su tierra. Hoy, dos mil años después, continúa sucediendo lo mismo. Y nosotros, reconociéndonos pecadores y débiles, Señor, te pedimos que nos des la fe necesaria para creer en Ti y poder seguirte sin titubeos ni tribulaciones.
Danos, Señor, esa fe que necesitamos, para que nos fortalezca y para no mirar para otro lado, ni tampoco someternos a las dudas que nos confunden y nos debilitan en el camino de tu seguimiento. Danos, Señor, la confianza y la esperanza de creer en tu Palabra y en tus Obras. Amén.
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