Todos experimentamos compasión, hasta los mayores criminales y mal intencionados. La compasión es algo común a todos los hombres. Digamos que sus corazones tienen un espacio compasivo que, quizás en algunos, yace dormido y necesita despertar. La vida, de forma general, está llena de compasión. Nadie discute que el corazón humano tiene mucho de compasivo.
Sin embargo, también sabemos que en muchos momentos nuestra actitud compasiva se vuelve huraña, egoísta, rencorosa y agresiva. Es el pecado que la hiere e infecta de odio, venganza y mal nuestro maltrecho corazón. Y nos vuelve soberbios y malos. Es el demonio que aprovecha nuestras debilidades y limitaciones para sembrar el mal, lo incompasivo en nuestros corazones y hacer el mal.
Sí, necesitamos elevar nuestra mirada y pedir al Señor que transforme nuestro corazón en un corazón compasivo, transparente y coherente con nuestra fe. Un corazón solidario, generoso, fraterno con todos los que sufren y carecen de lo imprescindible para vivir con dignidad. Un corazón capaz de compartir y de compadecerse, no sólo desde el propio corazón, sino también con obras que den testimonio de esa fe proclamada.
Pero, sobre todo, un corazón confiado, firme y abandonado en los brazos del Señor. Un corazón apoyado en la fe en nuestro Señor Jesucristo, que cree, voluntariamente y libremente, en su Palabra y se fía de sus obras. Gracias, Señor, por alentar mi pobre espíritu y sostenerme en tu presencia. Amén.
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