El hombre se pierde cuando se aleja de Dios. Todos sus conocimientos, que le asombra y, aparentemente, le hace grande, no le llena plenamente de esa felicidad que busca y esa vida que se le escapa. Porque, al final todo se desvanece con la muerte con la que el hombre no ha podido vencer. La muerte le amenaza diariamente y le descubre que todos sus afanes son limitados y no sirven para mucho.
Ante esta reflexión, el hombre tiene dos opciones, o darse cuenta de su pequeñez y abajarse con humildad, o creerse grande, poderoso y comer de la manzana como sucedió con Adán y Eva. Eso le llena de soberbia y de falsas aspiraciones que le alejan de Dios y cierran las puertas de su corazón impidiendo que entre la Palabra de Dios.
Sólo con humildad, experimentándose pequeño, necesitado e incapaz de salvarse por sí mismo, el hombre aspira a ser iluminado por la Gracia del Padre, que le ama profundamente, para revelarle la buena Noticia de salvación. Para, descubrirle el camino de felicidad que el hombre busca y persigue con todas sus fuerza. Sí, demos glorias y alabanzas al Señor por tanta Gracia y Sabiduría. Una Sabiduría que no la da el mundo, sino que viene de arriba enviada por el Amor del Padre que nos quiere y nos salva.
Por todo ello, pidamos hoy con humildad al Padre que transforme nuestro corazón endurecido, orgulloso y soberbio en un corazón contrito, arrepentido, humilde, transparente y lleno de sabiduría para aceptar con sumisión, voluntad y libertad su Palabra. Palabra que nos perfecciona, nos hace mejores, nos llena de felicidad y de plenitud eterna. Amén.
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