No hay dilema ni divagaciones, o crees o no crees. Razones hay muchas: testimonios de los apóstoles que estuvieron y compartieron tres años con Jesús; obras y milagros que Jesús hace para abrirnos lo ojos y que los apóstoles y mucha gente dan testimonio de ellos; la Iglesia, continuadora de la misión de Jesús, que conserva, da testimonio y continúa la labor de evangelización hasta nuestros días; los testimonios, milagros y obras que la Iglesia, su continuadora, realiza a lo largo de su historia hasta nuestros días.
Y muchas más razones. Pero, hay una que está escrita dentro de nosotros, el deseo innegable de felicidad y eternidad que está sellado a fuego en nuestros corazones. Nuestra máxima aspiración el la vida eterna en plenitud de gozo y felicidad. Eso, a lo largo del recorrido de nuestra vida, nos damos cuenta que no se encuentra en este espacio de nuestra vida terrenal.
Sí, por el contrario, nos brinda una oportunidad de actuar y conseguir, siguiendo los mandatos y enseñanzas de Jesús, esa felicidad a la que aspiramos. Y es que desde que nos abrimos a esa realidad experimentamos que la paz y el gozo inundan nuestros corazones. Jesús es el Reino de Dios y en Él encontramos nuestra máxima aspiración, la felicidad.
Y lo hacemos siguiéndole y creyendo en Él, porque su Vida y su Palabra nos marcan el camino para ser inmensamente y eternamente felices. Ya nos regala el ser bienaventurados y dichosos por fiarnos de su Palabra sin más. Tú, Señor, tienes Palabra de Vida Eterna y en Ti quiero poner todas mis esperanzas entregándome a tu Palabra y a seguirte según tu Voluntad. Dame, Señor, una fe limpia, constante, creciente y perseverante, a pesar de todas las dificultades que en el camino encontraré. Amén.
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