Tu amor siempre será interesado y cuando el otro te ofrece resistencia o piensa diferente a ti, tu amor deja de desearlo. Porque, tú y yo amamos por deseo, por querer y por recibir algo. Hasta en el amor a los hijos queremos conseguir lo que a nosotros nos gustaría y, aunque seguimos queriéndolos, quedamos algo decepcionados y hasta, a veces, nos enfrentamos. Queremos incluso organizarles hasta la vida y hasta buscarle la familia. Conocemos muchas historias de familias que ha pasado eso.
Nuestro amor no es verdadero amor porque está sometido y manchado por nuestro pecado. Nuestra naturaleza es humana y pecadora. Por tanto, no ama con verdadero amor. Y Dios, ha enviado a su Hijo, para que nos enseñe a amar con verdad y en verdad. Un amor como el de su Padre del Cielo. Un amor ágape, entregado a servir hasta dar la muerte. Un amor que no exige, que no mira ni busca correspondencia. Un amor que al darse gratuitamente sin cuestionarte ni exigirte, te cambia, te transforma.
Porque, el amor con el que nosotros amamos busca el interés, la satisfacción, el gusto, la fama, el privilegio...etc. Es un amor egoísta, porque cuando no le da lo que busca se retira o se enfrenta. Es un amor mal entendido. Por eso, cuando Jesús te da su amor no te pide que sobresalgas, ni que seas mayor o más que el otro. Te pide solamente que te muestre servidor del otro y que experimentes que tú con tu corazón no podrás hacerlo. Necesitas un corazón como el de Jesús, un corazón ágape dispuesto y disponible a darse hasta el extremo.
Y eso si no se entiende y se cree, no se produce ni da frutos. La fe es creer en Jesús y que en Él podemos transformar nuestro corazón para amar de esa manera. Desde Él; con Él y por Él. Porque, ese es el único camino para ser feliz. Ponernos en sus Manos y dejarnos transformar por Él es la única vía que tenemos para convertirnos. Empecemos acercándonos a Él y pidiéndoselo. Amén.
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