Vivimos con el sufrimiento, porque sabemos que él llegará. Hoy podemos sentirnos bien, pero, mañana, sin saber cómo, aparece don sufrimiento y nos ataca. Nos cambia la vida cuando sufrimos y también es cuando solemos acercarnos y acordarnos de Dios. De alguna manera debemos estar agradecidos al dolor, porque es la causa de que en muchos momentos nos acerquemos al Señor.
Es verdad que no queremos sufrir dolores, y, quizás ahora no lo entendamos, pero en la hora de nuestra despedida de este mundo comprendamos el bien que nos ha podido hacer. Y, Jesús, que conoce nuestras debilidades y sufrimientos nos acoge, nos anima y nos invita a descansar en Él.
«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».
No perdamos de vista que el final será lo más hermoso. Vale la pena pasar ese desierto de dolor. Igual que le sucede a la madre, cuando está en período de gestación, que da por bueno todo el dolor sufrido ante el nacimiento de su hijo, también nosotros debemos no perder de vista el final que nos espera: gozo y plenitud eterna junto al Padre. Eso nos puede ayudar a descansar nuestras fatigas en la esperanza de lo que nos espera al final.
Y Jesús, el buen Pastor, nos invita a descansar en Él. Tengamos confianza y fe en el Señor, y confiados en su Palabra dejémonos consolar, animar y fortalecer en Él para, por su Gracia, continuar el camino con renovadas fuerzas y ánimos. Pidámoslo con fe y esperanza. Amén.
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