Dame, Padre, un corazón sencillo, consciente de su pequeñez y de su pobreza, y sabedor de que todo lo que tiene te pertenece Padre. Crea en mí un corazón puro y agradecido. Agradecido de todo lo que ha recibido, aunque algunas cosas no le parezca bien.
Dame, Padre, la sabiduría de saber aceptar con alegría todo lo que me has dado, porque nada de lo que viene de Ti puede perjudicarnos. Al contrario, nos sirve de mejora y de perfección. Dame la sabiduría de saber ser agradecido, y como Tú, mi Señor Jesús le agradeces al Padre que haya revelado estas cosas del Reino a los pequeños, sencillos y humildes, que sepa yo también agradecérselo al Padre en Ti, Señor.
Danos la luz de conocer al Padre, porque Tú, Señor, el Hijo, nos lo has revelado. Necesitamos la luz del Espíritu Santo para entender lo que nos has enseñado del Padre. Queremos, Señor, seguirte, pero seguirte como a Ti te gusta. No siguiendo nuestras ideas y criterios, sino los tuyos. Y eso nos cuesta mucho.
Nos cuesta, Señor, hasta el punto que experimentamos la debilidad de no poder seguir tus pasos. Al menos a tu ritmo. Los míos son más lentos, más pesados. Están encadenados, atados a estos vicios mundanos que me torturan. Viciados de apegos y apetencias de las que me experimento esclavo, y hasta dispuesto a venderte por un plato de lentejas como hicieron los hijos de Jacob con José.
Por eso, Señor, con el rostro preocupado, desencajado y enfermo te ruego me sostenga, me liberes y me des la voluntad comprometida y responsable de enfrentarme a mis ataduras y esclavitudes para aligerar mis pasos y seguir tu ritmo. Te lo pido Señor. Amén.