Esa es mi lucha, Señor, la de todos los días. Una lucha contra mi soberbia, mi prepotencia, mi vanidad y mi egoísmo. Una lucha en la que si voy solo pierdo siempre. Es decir, estoy y estaré siempre vencido. Por eso, Señor, tu presencia se me hace totalmente imprescindible, me es necesaria para poder salir victorioso de esa lucha sin cuartel.
Te suplico, Señor, y acudo a Ti para pedirte que me llenes de humildad y paciencia. Me ayudes a aceptar mi pequeñez. Necesito, Señor, no me cansaré de suplicarte, de tu presencia y tu Gracia.
Dame, Señor, la sabiduría de darme cuenta de mi necedad e ignorancia y, por tanto, abajarme y revestirme de humildad, para, siendo pequeño y aceptando mi pequeñez y necesitado de Ti, abrirme a tu Gracia y llenarme de humildad. Una humildad que abra mis ojos y que me haga ver la grandeza de tu Amor y de tu Infinita Misericordia.
En eso confío y apoyo todas mis esperanzas y eso te suplico, Señor, con todas mis fuerzas. Dame paciencia y aumenta, Señor, mi fe. Amén.
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