Cada día estoy invitado a nacer de nuevo. Un nacimiento, claro está, no físico, sino espiritual, renovado y con ojos nuevos para ver la vida con esperanza, alegría y con el gozo de saberte salvado por el amor de Dios. Un Amor que se concreta en ese nacimiento del Niño Dios, encarnado en naturaleza humana, y nacido de María, la joven elegida para ser su Madre.
Fuera de la órbita de Dios la vida pierde todo su sentido y se vuelve monótona, cansada y rutinaria. Y sin esperanza no hay vida. Todo se oscurece y quedas atrapado en tu propia red. El horizonte es la muerte y la esperanza deja de existir. Ahora, ¿se puede vivir sin esperanza? Es una buena pregunta que tienes tú mismo que darle respuesta.
Sería muy importante discernir sobre lo que realmente buscas y a dónde te diriges. Porque, en profundizar en esas preguntas te ayudaran a nacer de nuevo espiritualmente y a llenar tu vida de esperanza. Por todo ello, pedimos entender, al menos fiarnos, como hizo José, por los impulsos del Espíritu Santo. Ese Espíritu Santo que hemos recibido en la hora de nuestro bautismo, y que nos invita a caminar a su lado y siguiendo sus impulsos y acciones para abrirnos a la Voluntad del Padre.
Voluntad que no es otra que la de hacer lo que su Hijo, que nace, encarnado en Naturaleza humana, nos indica y nos enseña. Por tanto, abramos nuestros corazones a ese Niño Dios que nace y pongamos en Él todas nuestras esperanzas para que nuestros corazones sean transformados en unos corazones nuevos y renovados.
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