De alguna manera vivimos en una cárcel, pues estamos sometidos a nuestras propias apetencias y pasiones. Nos sentimos débiles y amenazados hasta el punto de experimentarnos seducidos por la debilidad de nuestra carne. Y nuestras reacciones no se resisten a la propuesta, falsa y aparente, que el mundo nos propone. ¿Qué hacer ante tantas tentaciones y peligros de las que no podemos librarnos? ¿Rendirnos? No parece la mejor idea, pues en el mejor de los casos todo lo que nos propongan está destinado a la caducidad y eso desvalora enormemente esa propuesta.
Jesús nos promete lo verdaderamente valioso e importante: Vida Eterna en plenitud gozosa de felicidad. Y eso, propuesto por Él, es garantía de cumplimiento y promesa apoyada en su Palabra, Camino, Verdad y Vida. Su Resurrección lo avala y lo demuestra. Ante tanto testimonio sobran las palabras. Y la moneda, por decirlo y expresarlo de alguna manera, válida es el amor. Sin amor nada se consigue, pero con amor, que es lo que Jesús propone y nos da, alcanzamos la plena liberación de todo aquello que nos amenaza y nos esclaviza.
Y Él, el Señor, es garantía de todo lo que nos ha dicho y prometido. No se ha limitado a simplemente decírnoslo, sino que Él ha ido delante viviéndolo y cumpliendo. Y la apoteosis ha sido su Resurrección. Él ha vencido la muerte y los que en Él creen tienen la promesa de que también, en Él, la vencerán y alcanzarán esa promesa de Vida Eterna en plenitud. ¡Alabado y glorificado sea el Señor! Amén.