Soy mal agricultor y por mis debilidades, descuidos y errores que se esconden en mis pecados, mis frutos son siempre de mala calidad. No llegan a alcanzar el suficiente sabor y la aroma que desprende la humildad, la sencillez, la bondad, la misericordia y, sobre todo, la caridad.
Necesito tu Mano generosa para que la tierra de mi corazón se fertilice con tu Gracia. Así, de esta manera, mis frutos serán hermosos y llevaran esas vitaminas que da tu Gracia.
No quiero engañarte, Señor. Quiero dar buenos frutos, como pienso que les sucede a todos los hombres y mujeres de este mundo, pero que, seducidos por el mundo, demonio y carne, los grandes peligros del alma, abandonan sus tierras para que sean sembradas por el maligno.
Por eso, Señor, acudo a Ti y, en nombre propio y en el de todos los que como yo buscan responderte con buenos frutos, te pido que fertilices nuestras pobres cosecha con tu Gracia para que se conviertan en buenos frutos.
Danos, Señor, la paciencia y la sabiduría de saber distinguir al buen labrador del mal labrador, para salvar nuestra tierra de las malas hierbas que puedan contaminar nuestros corazones y estropear nuestros frutos. Danos la fortaleza de sostenernos firmes como buen árbol que, injertado en Ti, produzca buenos frutos. Amén.