Todo arranca de la claridad que se tengan los criterios sobre la verdad y la justicia. Cada cual tiene sus derechos y otra cosa es como aplica sus deberes. Porque, la vida está dividida entre derechos y deberes, y si reclamas tus derechos, que en derecho, valga la redundancia estás, también debes exigirte en cumplir con tus deberes. Llegado a ese extremo y aplicados con buena intención todo queda en paz y emerge la verdad y la justicia.
El debate nace cuando la verdad se quiere traer a mi lado y hacerla coincidir con la verdad que a mí me gusta y me conviene. Dicho de otra forma, de acuerdo con mis gustos, apetencias e intereses. O mirándola de otro lado, adecuada a mis egoísmos. Es lo que pretendían aquellos fariseos y herodianos, enfrentar a Jesús buscando una mentira y arrastrándola al entorno político de la época. La salida de Jesús, cargada de verdad, está llena de sabiduría y extraordinaria belleza. Porque, nada hay más bello que la justicia, pues en ella está contenida la verdad.
Pero, ¿qué ocurre hoy en nuestro tiempo? ¿No nos dice nada la Palabra del Evangelio de hoy? ¿Tenemos nosotros alguna moneda grabada en nuestros corazones? ¿Somos imágenes e impronta de Dios? Sería interesante reflexionar sobre ello, porque dependerá de descubrirlo o no la respuesta que nosotros daremos al Señor. ¿Tendremos nosotros que poner al Señor en el centro de nuestra vida y a Él entregarle todo lo que de Él hemos recibido?
Pongamos ahí nuestra oración de hoy. Padre del Cielo, abre nuestros corazones y enséñanos la imagen de tu Rostro, que tu Hijo, el Señor, nos ha revelado, grabado a fuego en nuestros corazones como Alianza de tu Amor y compromiso con cada uno de tus hijos. Abre nuestra pobre inteligencia y llénanos de sabiduría y de capacidad para saber encontrar siempre la verdad. Esa Verdad que Tú proclamas y en el Espíritu Santo nos quiere dirigir hacia Ti. Porque, Tú, Señor, nos has señalado el Camino, la Verdad y la Vida en tu verdadero Rostro, el de tu Hijo Jesús, nuestro Señor. Amén.