Se hace difícil entender ¿cómo se puede vivir sin la esperanza de la resurrección? Muchos dicen no creer, pero se traicionan conscientemente, porque, dentro de ellos mismos hay esperanza de un mundo mejor, más justo y donde la verdad estará presente y la mentira aniquilada. Un mundo de amor y fraternidad que se corresponda con lo que realmente hay sembrado en el corazón de cada persona.
Porque, todos queremos y anhelamos un mundo verdadero en justicia y verdad a pesar de nuestras mentiras e injusticias. Eso solo demuestra nuestra condición pecadora y la necesidad que tenemos de misericordia. Eso solo prueba que Dios, nuestro Padre, nos conoce y nos ama hasta el punto de entregar a su Hijo Único para redención de nuestros pecados. Eso solo demuestra que Dios nuestro Padre nos ama y nos ofrece ese camino de salvación que nos señala y nos marca su Hijo: Él es el Camino, la Verdad y la Vida.
Precisamente, en el Evangelio de hoy nos dice: «Yo soy la Resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y crea en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?». Ella contestó: «Sí, Señor. Creo firmemente que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
Ahora, nos lo dice a nosotros también, ¿qué le respondemos? Lo hacemos de la misma manera que Marta. Reconociendo nuestra pobreza y pecados, pidamos al Señor Jesús que derrame sobre nosotros su Gracia y que interceda ante el Padre todopoderoso para que aumente y se fortalezca nuestra fe. Amén.