Somos libres y, por lo tanto, responsables de nuestros actos. Eso, de alguna manera nos implica y nos advierte de nuestra responsabilidad. Tendremos que responder algún día de nuestros actos, de lo que hayamos hecho bien o no tan bien. Es el sentido común que se desprende del precio de nuestra libertad.
Ser libre significa que tendremos que responder y eso delata un juicio en el atardecer de nuestra vida, como dice San Juan de la Cruz. ¿Y de qué se nos juzgará? Pues, también el sentido común nos dice que del bien y del mal que hayamos hecho. Por lo tanto, no todo importa lo mismo. Es necesario que sepamos cómo actuamos y cómo lo hacemos, y buscando siempre el bien y la justicia.
Hoy el Evangelio, como los de estos días atrás, nos relata la existencia de ese juicio final. Juicio que sabemos que será sobre nuestra capacidad de amar. No se nos pedirá cuenta de las misas, rosarios, padrenuestros y demás, sino de lo que hemos amado y de lo que hemos dejado de amar. Por eso, pidamos al Señor la fortaleza y voluntad de amar y de perseverar en el amor. Sabemos que es una lucha constante, pero contamos con el Espíritu Santo para poder hacerlo.
Confiamos en la Misericordia de Dios, que nos ama y nos invita para que actuemos según su Voluntad. Sólo nos pide que abramos nuestros corazones y que nos abandonemos en sus Manos confiados en su bondad y en su amor. Él nos recogerá y nos llevará al lado de los buenos. Eso te pedimos, Señor. Amén.