Cada momento trae sus circunstancias, dificultades, cultura y sus problemas. No podemos que estos sean mejores que aquellos. Cada cual tendrá que resolver su hora y responder a ella desde su época, su situación, circunstancias y cultura. Juan el Bautista predicó la venida del Señor. Eran momentos que exigían penitencia, arrepentimiento, y conversión.
No hay conversión sin dolor de contrición. Se hace necesario dolerse del mal realizado para, arrepentido, encontrar el perdón. Y Juan anuncia ese perdón bautizando con agua en la esperanza de la llegada de Aquel que Bautiza en el Espíritu Santo y perdona los pecados.
Se hace duro escapar de esta preparación mundana de la Navidad. Una preparación donde se canta la venida del Señor, pero no se le espera. En cambio, se esperan loterías, comilonas, regalos y diversiones. Se disfraza el corazón de amor, pero se vive el egoísmo y los placeres. Se recuerda al que sufre con alguna que otra visita y bajamos el telón. Y dentro de esta tela de araña, abstraerte se te hace difícil.
Buscar tranquilidad, espacios de tiempo de reflexión y despojarte de la algarabía de luces y consumismo exige aislamiento y paz. No es difícil si hay búsqueda de encuentro. Sí, necesitas voluntad, pero cuando has salido al desierto las luces quedan lejos y la voz que clama se acerca. La Gracia te invade y el corazón palpita de deseos de purificarse y de limpiarse.
Te cuesta desprenderte, pero no ignores que el Espíritu de Dios lo puede todo, y sólo necesita tu sí, como lo dio María, y lo demás corre por cuenta del Espíritu Santo. No midas tus fuerzas, porque te asustarás y no seguirás adelante. Confía en las fuerzas del Espíritu y ponte en sus Manos. Experimentarás como las luces de la mentira empiezan a apagarse y se encienden las luces de la Verdad, las que alumbra el único y verdadero camino hacia la esperanza.
La esperanza de que vuelva a nacer en mi corazón un Niño Dios que me siga alimentando, alumbrando a discernir el bien del mal, la justicia de la injusticia, el amor del desamor. Amén.