Posiblemente, nosotros tengamos una idea de conversión diferente a la que nuestro Padre Dios quiere de nosotros. En ese sentido, perdemos la paciencia y llegamos a desesperarnos y a pensar que Dios nos abandona y que nos ha dejado en el camino. Queremos, quizás precipitados, convertirnos según nuestras ideas y manera de ver las cosas, e interpretamos nuestra manera de actuar según nuestra forma de ver y enjuiciar las cosas. ¿No nos damos cuenta de nuestra condición pecadora? ¿Cómo podemos pensar que nosotros sabemos qué nos conviene y qué debemos hacer?
Los planes de Dios no son los nuestros y están muy por encima de los que nosotros podemos pensar y tener. Supongo que Zaqueo no imaginaba lo que iba a sucederle. Sin embargo, Jesús si intuía que Zaqueo quería conocerle y estaba deseoso de hablar con Él. Jesús le llama y le pide ir a comer a su casa. Sabía que Zaqueo necesitaba hablar con Él.
Igual puede ocurrirnos a nosotros. Tratemos de bajarnos de nuestro árbol, de nuestro pedestal y, desalojado de toda esclavitud, resentimiento y cerrazón, abramos nuestros corazones a la Palabra del Señor. Porque, es su Palabra la que irá transformando nuestros corazones y convirtiéndonos al estilo del de Jesús, nuestro Señor. Y ese es el Camino, seguir a Jesús, Camino, Verdad y Vida sin pestañear ni desfallecer. Él ha venido para eso, para suavizar nuestros corazones y para darnos el gozo y la felicidad de permanecer eternamente junto a nuestro Padre Dios, porque, realmente en eso está y se esconde nuestra felicidad. Pidámosle esa Gracia de buscarle y de estar atentos a su paso por nosotros. Amèn.