Cuando hablamos de paz estamos hablando de una paz diferente a la del mundo. Porque, mientras el mundo sedimenta su paz en la fuerza y el poder, la paz de la que habla y da el Señor Jesús es la paz que nace de la reconciliación y del amor misericordioso.
Si bien el mundo nos ofrece una paz instalada en el equilibrio de fuerzas o apoyada en intereses económicos u otros beneficios, la Paz que nos da y ofrece Cristo Jesús es una paz sustentada en la misericordia y el perdón. Una paz que vive y nace desde lo más profundo del corazón y se ofrece abiertamente y sin condiciones.
Una paz diferente a la que nos da este mundo, porque, mientras, la del mundo, es causa del pecado y de la razón del hombre, que no entiende otra forma de darse, la que nos presenta y ofrece Jesús es una paz cuya esencia y núcleo es el amor. Un amor gratuito, generoso, sin condiciones, misericordioso y entregado a hacer el bien y que vive en la verdad y justicia.
Y esa paz pervive incluso en el dolor y la amenaza de muerte. Así se explica el sufrimiento de muchos cristianos y la entrega de sus vidas en defensa de su fe. El número de ellos es incalculable y la historia es testigo de los numerosos testimonios que se han dado y se dan actualmente en todos aquellos cristianos que están dando sus vidas por su fe en Jesús de Nazaret. Y eso no se entiende sino en la paz, porque sin paz no se puede soportar esa entrega y ese sacrificio.
Pidamos también nosotros vivir en la Paz que nos da Jesús, y abrirnos al Espíritu Santo para que, llenos de su fortaleza podamos ser testimonios de reconciliación, de amor y de paz en este época de nuestro mundo que nos ha tocado vivir. Amén.