En una ocasión nos has invitado a insistir, a tocar, a llamar y a buscar - Mt 7, 7-12 - como signo y prueba de nuestra fe. El Señor quiere que nos fiemos de su Palabra y que le sigamos confiados en lo que Él nos dice. Queire probar nuestra fe. Y tiene sentido, porque si todo se nos pone claro sin ningún riesgo, ¿quién no aceptaría y seguiría a Jesús? ¿Pará qué todo lo demás? ¿Y para qué crearnos en libertad, si no tendríamos que elegir ni decidir nada?
Esa mujer siriofenicia es un ejemplo de riesgo, de confiaza y de, por supueto, de fe. Ella no siendo judía, a los que se les consideraba paganos y excluídos, de momento, de la Palabra de Dios, se atrevío a buscar a Jesús e insistir por la curación de su hija, poseida por un espíritu inmundo. Y Jesús, en el que también se proyectaba esta manera de pensar respecto a los paganos, se admira de la fe de aquella mujer y accede a la curación de su hija.
La conversación mantenida entre Jesús y la mujer es hermosa y nos ayuda a comprender como debemos también nosotros actuar. Conviene leerla y reflexionarla - Mt 7, 24-30 -, pero, la lección que debemos sacar es la de la insistencia y perseverancia, que por supuesto, están apoyadas en la fe. Aquella mujer visibilizaba una gran fe. Y la pregunta surge enseguida, ¿es nuestra fe así? ¿Insistimos y perseveramos sabiendo que el Señor nos escucha y nos espera?
Posiblemente, exigiemos pruebas por parte de Dios y le retamos a que si no nos las da le retiramos nuestra confianza. ¿Nos parece eso correcto? ¿Acaso no tenemos que esperar pacientemente y aceptar la Voluntad de Dios. ¿No creemos que es un Padre Bueno y no hará nada malo que nos perjudique? Quizás tengamos que pedirle que aumente nuestra fe y que nos dé paciencia y fortaleza para saber esperar, confiados en su Palabra, que se haga su Voluntad. Amén.