Reconozco, Señor, que mi corazón está endurecido por los pecados carnales y la ambición de riqueza y poder. Ya, mi corazón ha venido con la herencia de mis padres y está manchado por el pecado original. Me cuesta enderezar mi camino y levantarme no es tarea fácil. Por tanto, sin lugar a duda, reconozco, Señor, que mi corazón está herido por el pecado y difícilmente hay hueco en él para tu Palabra.
Eso no significa que la escuche. Es posible que en muchos momentos puntuales o incluso en la Eucaristía la escuche, y hasta reciba la Sagrada comunión, pero, ¿es tu Palabra, Señor, la prioridad de mi corazón? Es decir, ¿se conduce mi vida y mi corazón por el cumplimiento de tu Palabra como prioridad? Eso es lo que descubre la dureza o suavidad de mi corazón. Posiblemente, priman otros intereses e intenciones más carnales y materiales que el cumplimiento de tu Palabra.
Esa es mi realidad por mucho que quiera disimularla y esconderla. Y de nada me sirve ocultarla, Señor, porque Tú lo sabes todo. De nada me sirve esconderla porque la verdad emerge y prevalece siempre. Dame, pues, Señor, un corazón capaz de suavizarse y de ser poroso a tu Palabra, para que Ella penetre y lo inunde de tu Bondad y Amor.
Es esa, Señor, la petición de hoy, como la de otros tantos días pasados. Como ves, Señor, no dejo de insistir según tu me has propuesto, y persisto en mi perseverancia, aunque eso, sí, confieso, que muchas veces me parece que lo hago de forma rutinaria, más como una costumbre que otra cosa. Por eso, confío en Ti, Señor, y, esperanzado, de una manera u otra sigo insistiendo. Gracias, Señor, por todo y, finalmente, te pido que me des un corazón permeable a tu Palabra e impermeable a todo lo que viene de afuera y con olor a contaminarme de seducciones e inclinaciones pecaminosas.