Amar y perdonar van juntos. Hay quienes decimos que perdonamos pero no olvidamos. Si nos detenemos un momento y analizamos lo que decimos comprendemos el disparate que decimos. No olvidar significa - entre otras muchas cosas - que estás esperando que se vuelva a repetir, que le estés acechando y que desconfías de él. Vamos, que no te fías ni un pelo y mantienes tus espadas en alto.
Y eso entra dentro de nuestra propia naturaleza. Somos humanos y somos así. Nos cuesta mucho olvidar y exigimos recompensa y hasta castigo por las ofensas. Y en muchos casos se tendrá razón, pero, al final lo que verdaderamente importa es el perdón. Pero, un perdón como el que tú y yo, y todos, recibimos. Un perdón que borra todas nuestras faltas y pecados y nos abre la puerta de la reconciliación plena y la Vida Eterna.
Así nos perdona nuestro Padre Dios, y por esa forma extraordinaria y misericordiosa de perdonarnos estamos salvados. Y esa salvación nos es dada si también nosotros somos capaces de perdonar de la misma forma. Y ya hemos visto que nos es imposible. Imposible hacerlo por nuestra cuenta, pero no contando con su Gracia, su Auxilio y su Asistencia. Y la tenemos desde el primer día de nuestro bautismo. El Espíritu Santo nos acompaña para darnos esa fortaleza que necesitamos para poder transformar y convertir nuestro endurecido y soberbio corazón en un corazón manso y humilde como el de nuestro Señor Jesús.
Pidamos esa Gracia con insistencia, con paciencia y con verdadera humildad, convencidos que el Señor, que nos conoces y sabe de nuestras debilidades nos la dará. Amén.