La semilla no necesita de ti. Sólo necesita que la hundas en la tierra, y crece irremediablemente sin contar contigo. Quizás necesita que le
dejes el campo bien preparado, con la suficiente humedad y abonos para que ella
por sí sola empiece a crecer hasta dar frutos. Mientras, tú no adviertes nada y
no te das cuenta hasta ver el fruto.
Así también es la obra de Dios en el corazón de cada hombre.
Sólo necesita que te abras a la acción del Espíritu Santo y le dejes cultivar
tu corazón. Un corazón sembrado para amar y perdonar. Un corazón que rehúye de
la violencia y que el combate con el perdón y la misericordia. Un corazón
abierto al riego, gota a gota, de la Gracia de Dios que va haciendo germinar
frutos de amor dentro de tu corazón.
Y sin darte cuenta experimentas el deseo y la fortaleza de
ofrecerte, a pesar del daño recibido, al perdón, a la reconciliación y a
devolver bien por mal. Esos son los frutos que Dios ha sembrado en tu corazón y
los frutos que, abandonado en sus Manos, irás dando y ofreciendo, no sólo a tus
amigos, a tus familiares, a los de tus grupos, barrio y ambiente, sino también
a los enemigos, a los que están distantes de ti en pensamiento y obras. Incluso
a los que son diferentes y piensan diferentes.
Amar, que lleva consigo el perdón, es la respuesta perfecta,
buena y la mejor para acercar al otro, y para tenderle un deseo de paz,
justicia y verdad. Amar es el camino que Jesús eligió y la respuesta que el
mundo necesita. Amar es la solución, por disparata que a algunos les parezca,
la que zanja todos los problemas y cultiva el fruto de la paz. Frutos que todos
deseamos, buscamos y queremos.
Pidamos con fe y con confianza ese fruto nacido del amor y
el perdón. Abramos nuestros corazones a la siembra de la buena semilla y
dejemos que el Sembrador la cultive y le dé la Gracia y fortaleza de vencer el
rencor y la violencia para generar amor y perdón. Amén.
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