Me decía un amigo esta tarde que él no lo tenía claro. Se refería a la fe. Le gustaría, pero no tiene fe en que está llamado a vivir eternamente. Es una persona estupenda, de muy buen corazón, honesta y dada a la solidaridad, la verdad y generosa. Pero, le cuesta o no tiene el don de la fe. Quizás, y es verdad, que no se lo ha planteado y tampoco la ha pedido. Quizás el mundo le ha complacido y le ha ido bien. No lo sé, pero ahora con 84 cumplidos espera que en cualquier momento, aunque goza de una salud muy buena, le llegue el momento de la despedida.
Tengo gran amistad con él y confianza para hablar de estas cosas, y le digo que está llamado a una vida que nunca termina y que será más plena que esta. Una vida en plenitud y para siempre. Pero, el resultado es siempre el mismo. No conocen a Jesús no creen en su Palabra. También, con el médico que me implantó el desfibrilador hablamos de la fe y del amor. Confesó que si un tiempo estuvo cerca y parecía tener fe, ahora sólo cree en la vida y le encanta y cuando se acabe se acabó.
Le dije que eso era un gran pobreza. Por mucho que aspire a vivir bien, llegarán momentos malos y de dolor. La vida aquí, a pesar de compartir momentos felices no te da la plenitud que tú buscas y puede ser tarde cuando lo descubras. El diablo te juega una mala pasada con el mundo que te ofrece lleno de espejismos y fantasías caducas. Necesitamos descubrir nuestra máxima aspiración que es vivir en plenitud eternamente. Y eso sólo se consigue optando por Dios y dejar todo lo demás, dinero, pasiones, placeres o egoísmos.
Si no lo ves, pídelo e insiste. Vale la pena pedirle al Señor que nos dé esa luz que necesitamos para descubrirle y esa fortaleza que, también necesitamos, para seguirle dejando a un lado todos los demás señores con minúscula. Tú, Señor, eres el Señor con Mayúscula de mi Vida. Amén.
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