No hemos venido a este mundo a quedarnos en la cima del mundo, en el mejor de los casos, sino a escalar más arriba hasta la plenitud de la dicha eterna para la que nuestro Padre Dios nos ha creado. Nos ha creado no como unos juguetes, sino por amor, como verdaderos. La parábola del hijo pródigo nos lo expresa y descubre claramente - Lc 15, 11-32 -.
Pero, ha querido, que no seamos presionados, y menos obligados. Quiere que tú y yo seamos libres y, desde la libertad - sembrada en nuestros corazones - descubramos la Verdad y optemos libremente a ella. Porque, el buen gusto, y todos lo tenemos y buscamos, es optar por lo mejor, por lo que te permite ser feliz, no un rato, sino perpetuamente y siempre - eternamente -.
Es evidente, y todos lo experimentamos, que buscamos la felicidad, pero, ¿la encontramos en y con las cosas de este mundo? Nuestra propia experiencia y la de nuestros mayores nos dicen constantemente que no. Una simple mirada a nuestro derredor y el panorama se nos despeja y aclara. Sin embargo, ¿qué nos ocurre? El mundo y sus apetencias y seducciones no nos permiten ver. Necesitamos, pues, la Luz del Espíritu de la Verdad.
¡Señor, darnos un corazón humilde, comprensivo, paciente, suave y bueno para abrirnos al Espíritu Santo y dejarnos guiar, orientar y conducir hacia la Verdad plena! Amén.