No es fácil escapar al ruido del mundo: sus luces, sus maravillas, sus tesoros, sus placeres... encantan a los hombres y los atrae. Aquel muchacho que en su casa lo tenía todo, la dejó para aventurarse a vivir las emociones y maravillas de ese mundo, que luego, humildemente, caducadas en el tiempo abandonó para regresar de dónde nunca debía haber salido.
Es verdad que el mundo nos tienta y no es fácil resistirse, pero darnos cuenta que sus maravillas son como espejismos que prometen mucha felicidad, pero que caducan y desaparecen muy temprano sin darnos ni tiempo a disfrutar plenamente, nos ayudará a saber mantenernos, renunciar y entender sabiamente que la verdadera alegría y felicidad no está ahí.
Sólo en Dios podemos encontrarla, porque, encontrada, esa felicidad no terminará nunca. Será eterna y plenamente gozosa para toda la vida. La alegría de vivir no se encuentra en este mundo, sino en el Reino de Dios, que, dentro de unos días, nace para seguirte alimentando en la esperanza de que en Él está la vida, la alegría y la única y verdadera felicidad.
Pidamos con confianza, fe y alegría que descubramos siempre esa Estrella que nos conduce al lugar donde nuestra vida será siempre eternamente feliz.
La única alegría plena y valiosa de vivir es la alegría que nace en el portal de Belén.
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