Si tuviera fe no haría falta movernos, porque la fe no necesita presencia sino simplemente fe. Eso fue lo que ocurrió con aquel centurión romano. Jesús no necesitó presentarse en su casa, sino que con sólo una Palabra suya bastó para sanar a su ciervo.
Pronunciamos esas palabras cada vez que nos disponemos a recibir al Señor: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una Palabra tuya bastará para sanarme". Aquel centurión sólo necesitaba la Palabra de Jesús. Eso le bastaba para sanar a su ciervo. Y eso le pidió al Señor.
No me extraña que Jesús quedara gratamente sorprendido. Cuando muchos, aun presenciando sus milagros, negaban su poder y divinidad, aquel centurión sólo de oídas creyó que Jesús podía sanar a su ciervo, y no sólo eso, sino que con una sola Palabra suya bastaría para sanarlo.
¿Creemos nosotros igual que el Centurión? Pues si no es así, pidámosle al Señor que aumente nuestra fe y abramos nuestro corazón a su Palabra. En estos momentos de preparación a su venida, estemos atentos a que nuestro corazón sea más acogedor a su Palabra y la dejemos acomodar haciéndole un hueco para que anide y nos transforme.
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