Supongo que a ti también te pasa. ¿No tienes dudas, sobre todo cuando el camino se pone duro y difícil? Te preguntas, ¿para qué hago esto? ¿Servirá esta lucha para algo? Y es que Satanás no está dormido. Él también juega y trata de convencernos que no vale la pena caminar contra corriente. Así encontró Jesús a muchos, fatigados, vejados y abatidos. Diríamos sin esperanzas.
Cuando decidimos quedarnos, dejar de luchar y rendirnos a las corrientes de este mundo, pronto experimentamos que nuestra esperanza empieza también a desaparecer. Es el Espíritu Santo que nos alerta, que nos previene, que nos empuja, porque somos seres de esperanza, de deseo de una vida mejor. Y en este mundo sólo encontramos apariencias de esperanza y felicidad, pero no la auténtica verdad y felicidad.
Nos damos cuenta que estamos siendo arrastrados, y volvemos nuestros ojos a Jesús, la única y verdadera esperanza. En, por y con Él nos encontramos a gustos, felices, esperanzados y en paz. No por eso dejamos de padecer y sufrir contra tiempos, pero lo hacemos con otra mirada, con otra esperanza. Son las pruebas que nos mantienen alerta y deseosos de buscarle y de dejarnos encontrar con Él.
Precisamente porque le necesitamos.
A pesar de mis penas y tristezas. A pesar de mis sufrimientos y mis temores. A pesar de mis angustias e inseguridades, dame Señor la esperanza de saberme salvado y de continuar el camino hacia Ti. Eso descubre que mis dudas son superadas y que mi fe, aunque en momentos se tambalea y me recuerda mi humanidad, mi pobreza y mis pecados, sigue en pie porque Tú la sostienes.
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