Tú, Señor, construyes mi casa, porque yo no sé cómo construirla firme y sólida. Soy un mal constructor y de nada valen mis afanes si Tú, mi Dios y Señor, no la construye. Hoy, aprovecha tu Palabra para pedirte que no quiero estar entre aquello que dicen sólo Señor, Señor... sino que quiero ser de los que, además de decirlo se esfuerzan en cumplirlo y llevarlo a sus vidas.
Por eso, quiero invitarte a que seas Tú quien construyas mi casa. Yo simplemente seré un mal albañil, al que Tú tendrás que despertar muchas veces de su adormilada siesta, o de su despistada faena. No seré capaz de construirme una casa segura y firme ante las tempestades de ese mundo y las tentaciones de los que persiguen derrumbármela. Necesito tu protección y tu Gracia.
Por eso, Señor, necesito el cemento y la arena que bien mezcladas conviertan mi casa en casa de oración. Una oración constante, sensata, consciente, firme, comprometida, dispuesta, abierta, dialogante, entregada, solidaria, alegre, compartida, silenciosa, escuchante y, sobre todo, llena de amor. De ese Amor que sólo Tú posees y sabes dar.
Dame, pues, esa Gracia de saber amasar mi vida con esa mezcla de tu Amor para construir mi casa de tal forma que ninguna tempestad ni huracán pueda hacerla tambalear.
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