Nos sentimos extresados y agobiados. Buscamos relajarnos y distraernos y pedimos un descanso. Pensamos que no podemos con tanta carga sobre nuestras espaldas y proyectamos descansar. Pero nos confundimos, porque el descanso proyectado es más de lo mismo: viajes, excursiones, compras, fiestas...etc.
Al final venimos a descansar en casa, cuando ya no sabemos a donde acudir ni encontramos espacio lejos de tantos ruidos y algarabías. Es entonces cuando despertamos y descubrimos que el descanso es otra cosa. No tanto buscar satisfaciones y entretenimientos sino cambiar de dinámica y ocuparnos en cosas diferentes a las rutinarias de cada día. Descansar no es parar, sino eludir la responsabilidad de cada día y gastar el tiempo en otros menesteres que nos atraigan y nos gusten.
Sin embargo, el descanso de la batalla diaria, de la lucha contra uno mismo, de vencer esas debilidades que nos inclinan y someten nuestra voluntad a hacer lo que, en conciencia, entendemos que no debemos hacer, es un descanso que no está en el cambio de actividad, ni en parar la actividad ni en ocuparnos en distraernos. Eso puede que en algunos momentos nos ayude, pero no soluciona nuestro peregrinar y nuestra lucha en el camino de nuestra vida.
Solo encontraremos descanso en el Señor: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobre cargados, y yo os daré
descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso
y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque
mi yugo es suave y mi carga ligera».
Porque sólo en la mansedumbre y humildad seremos capaces de, injertados en Xto. Jesús, vencernos a nosotros mismos.
Danos Señor esa Gracia de buscarnos en la humildad y de esforzarnos en ser mansos para que nuestra alma sea saciada de paz y amor, el verdadero descanso.
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