La batalla es constante, no parará hasta la última gota de sangre. Por eso, nuestra oración también tiene que ser constante hasta convertir nuestra vida en una permanente y presente oración. Las alertas de permanecer vigilantes, expectantes, en espera y oración, son las armas que debemos usar para estar preparados.
Hay una lucha interior que se libra a cada instante y en cada momento. No hay descanso ni tregua. La carne es débil y el mundo y demonio son tentaciones que están siempre alerta y vigilantes de tentarla para desviarla y perderla. Más con nuestra perseverancia orante siempre saldremos vencedores.
Es el mensaje de Juan Bautista: nos previene para que hagamos penitencia, para que estemos prestos y vigilantes, y para que perseveremos en actitud arrepentida. Y nos ofrece el Bautismo de agua para purificarnos. Pero es Jesús quien nos libera totalmente con el Bautismo de agua y Espíritu y nos salva de nuestra esclavitud.
No estamos solos, nos ha sido enviado el Espíritu Santo y en Él seremos vencedores de la batalla de nuestra vida para convertirla en Vida Eterna y gozosa. Pidamos al Espíritu esa Gracia y abramos nuestro corazón confiado a su acción.
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