¡Dios nos libre de ser inteligentes e intelectualmente sabios y poderosos, porque poco caso haríamos de Dios y de todo aquel que quisiera corregirnos o discutirnos algo! Es posible que sea exagerado, pero lo que quiero significar es que cuando nos consideramos suficientes y prepotentes, alejamos de nuestro corazón la necesidad de implorar sabiduría.
Afortunadamente, nuestra pobreza y oscuridad, que nos impide avanzar con claridad, clama sabiduría, fortaleza y paz para, pacientemente, encontrar luz a los interrogantes que la vida nos va planteando cada día. Sin un Dios bueno y sabio eso nos sería imposible. Y hasta nuestro propio equilibrio se vería afectado, porque el hombre necesita la religión para sentirse hombre e integrado en el mundo en que vive.
La religiosidad te hace mejor persona, te equilibra tu paz y te sostiene psíquicamente todo tu sistema humano, emocional y psíquico. Porque en esa relación religiosa alcanzas esa paz que necesitas para armonizar y coordinar todas las funciones de tu cuerpo. Y eso empiezas a descubrirlo en la medida que experimentas las necesidad de orar.
Oración que te ayuda a ir descubriendo tus pecados, tus errores, tus miserias e infundiéndote la luz que te ilumine el camino por donde ir. No se trata de permanecer instalados en la propia observancia de la Ley, sino de darle la plenitud que Jesús nos descubre en su proclamación. El perdón no se realiza sólo con la palabra, sino que tiene que ver con el compromiso de tu corazón. De la misma forma, no sólo matas con las armas, sino también con la mirada, la lengua o las intenciones de tu corazón.
Pedimos luz, sabiduría y fortaleza para, en paz, encontrar, Señor, tu Camino, tu Verdad y tu Vida.
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