Parece una contradicción. Y no sólo lo parece, sino que en la normalidad de la vida se nos hace difícil descubrir que para alcanzar la vida se hace necesario morir. Morir al egoísmo de vivir encerrado en mí mismo dando satisfacción a mis apetencias, gustos e intereses.
Morir al esfuerzo de cosechar los frutos de mi vida en mi propio interés, y revertir ese esfuerzo en ofrecerlo para el bien de los demás. Morir para vivir entregando los frutos de mi cosecha al bien común. En este sentido, la muerte significa la Vida, porque si no hay muerte que origine frutos de vida, se perderá la verdadera vida.
Danos Señor, te lo pedimos con toda la fuerza de nuestro corazón, la sabiduría de, no sólo conocer el sentido de nuestro paso por esta corta vida, sino la fuerza de llevarla a nuestra vivencia de cada día, para que, empleándola, cultivemos los frutos que dan verdadera vida. Esos frutos de entrega, de generosidad, de disponibilidad, de compartir, de comprensión, de escucha atenta, de mansedumbre, de bondad, de caridad y de amor.
Enciende en nosotros, Señor, la Luz que nos alumbre el camino de, entender y trabajar, porque las palabras se escuchan cuando las obras nacen de ellas en la realidad de la vida. No dejes que nuestra vida se parta en dos, la palabra y las obras, porque de ser así estamos falseando y mintiendo.
Por eso, Señor, conscientes de nuestras debilidades y pecados, acudimos a Ti para que con Tu Gracia nos llenes de tu Fuerza y de tu Amor. Amén.
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