Cuánto me cuesta hacer las cosas como Tú, Señor, quieres. Me doy cuenta que actúo mal, o por lo menos inclinado a mis intereses. Mi egoísmo me pesa mucho, y a veces no soporto su carga y lo consumo. Me escondo para no ser visto, pero mi conciencia me descubre y me delata. Sé, Señor, que te defraudo.
Sin embargo, observo, que otras personas aún aparentemente más alejadas, por lo menos, en prácticas y rezos que yo, hacen tu voluntad de forma natural. Se identifican con esa forma de actuar. Sus conductas son bien intencionadas y justas. Y yo, Señor, rezando más, presento más dificultad y soy peor. ¿Por qué, Señor? ¿Necesito rezar más?
¿Quizás sea esa la viña que me has dejado y la que tengo que trabajar? ¿Quizás sean esos los frutos que he de cultivar? ¿Quizás mis frutos sean los frutos de la inquietud, de la lucha infértil, seca y vacía y del celo apostólico?
Dame Señor la constancia y perseverancia de no desfallecer y esperar aceptando con paz los silencios, ausencias y tardanzas a las que Tú, Señor, quieras someterme, porque es en el crisol del fuego donde se purifica el oro. Amén.
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