Una viña necesita agua y buena tierra, al margen de, no cabe ninguna duda, buenos cuidados de abono y labranza. Es de sentido común que la semilla necesita buena tierra para, hundida sus raíces en ella, nutrirse, pudrirse y dar ese fruto esperado. Indudablemente que el misterio de que una semilla, sin más, solo con el agua que le viene del cielo y el abono propio contenido en la tierra, dé ese alimento que tanto necesita el hombre, es un misterio indescifrable para el hombre.
Un misterio que ya, por sí solo, deja claro que todo está en manos de Dios. Volvemos a recordar que si el Señor no construye la casa - la Viña - en vano se afanan los constructores - labradores - salmo 126. Tampoco necesitamos darle muchas vueltas a esto, porque sabemos que todo está en manos del Señor. Si, no es menos cierto, que el Señor nos ha dejado al frente de la viña y ha permitido que tengamos libertad de elegir hacerlo bien o a nuestro gusto e interés. Por tanto, somos libres para cultivar bien nuestra viña para que dé buenos frutos, o, cultivándolos, utilizarlos para provecho propio sin pensar en los demás.
Pidamos, pues, al Señor de la Viña, que nuestra respuesta sea de acuerdo con su Voluntad y que, aplicándonos con buena intención en esa viña que ha dejado a nuestra administración, trabajemos honradamente y pongamos todas nuestras cualidades - también recibidas gratuitamente - para bien y provecho de todos. Amén.