Hay momentos difíciles y que todo se vuelve negro. No se ve camino ni tampoco esperanza. Todas las teorías y consejos se vienen abajo y nada parece importar o tener valor. Sólo nos queda la fe, y yo, en esos momentos donde todo parece perdido, recurro a Ti, Señor y me abandono en tus brazos. Porque sólo Tú tienes Palabra de Vida Eterna.
Escucho tus Palabras, Señor, y creo lo que me dices. Tú eres el Hijo de Dios Vivo: «En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace Él, eso también lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que Él hace. Y le mostrará obras aún mayores que estas, para que os asombréis. Porque, como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie; sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo ha enviado. En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida.
Creo, Señor, en quién te ha enviado, porque, por su Amor, has entregado libremente tu Vida en la Cruz para salvarnos. Y a pesar de nuestra pobreza, de nuestras dudas y pecados, Tú me esperas y das tu Vida por la salvación de todos los hombres. No se entiende tanto Amor ni tanta Misericordia.
Te doy gracias, Señor, por esta hermosa oportunidad de salvación, y te pido sabiduría y fortaleza para perseverar confiado y abierto a tu Amor.
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