Hoy no le inferimos una muerte cruenta, pero, en cierto modo, le herimos y le matamos cuando le rechazamos con indiferencia, alejándonos de su presencia con nuestras infidelidades y con nuestros pecados. No nos importa Jesús, ni sus Palabras, ni tampoco sus promesas.
La experiencia nos descubre muchas respuestas que dicen: no me interesa eso, cuando le hablas de la Palabra de Dios. Andamos ciegos buscando en el mundo lo que en él nunca encontraremos. Porque el hombre busca la felicidad y la eternidad, y, por mucho que busque y se afane, nunca las encontrará en el mundo.
Lo que el mundo te puede ofrecer es caduco y vacío. No te llenará plenamente. Incluso la verdadera felicidad siempre te hará sentir insatisfecho, porque el mundo es un camino hacia la plenitud. Estaremos siempre inquietos hasta descansar en la única y verdadera Fuente de Felicidad y Eternidad que está en la Casa del Padre.
Eso que todos buscamos nos lo ofrece Jesús. Sus signos son pruebas que nos adelantan el tesoro que todos buscamos. Lázaro fue resucitado, pero una resurrección que sirvió de signo para que los testigos creyeran, pero tendría que morir a su hora. Más, cuando venga el Señor de nuevo, en su segunda venida, todos resucitaremos para no morir nunca.
Te pedimos, Señor, que nuestra fe en Ti no descanse, y que se mantenga siempre fiel a tu Palabra, de vida y obra, para que cuando decidas venir por segunda vez, nuestros cuerpos sean levantados para gozar junto a Ti la Gloria que nos has prometido junto al Padre, para toda la eternidad.
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