Tendremos que agachar la cabeza y confesar y aceptar que nos falta fe. Sí, Señor, es falta de fe, porque si tuviéramos la fe de un grano de mostaza, como Tú nos has dicho, nuestra fe movería montañas.
Por eso nos cuesta creer en tu Palabra, Señor, y verte en el hermano. Por eso nos resistimos al perdón, porque no nos terminamos de creernos que Tú estás en aquel que nos ha ofendido y al tenemos que perdonar, porque Tú, que te hemos ofendido, nos perdona. Y es más, has dado tu Vida por cada uno de nosotros.
No aceptamos nuestra debilidad y no nos abrimos a la acción del Espíritu. Nos falta humildad. Esa humildad que reflejó María, tu Madre, Señor, cuando se puso a disposición de la Voluntad del Padre: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí tu Palabra".
Y también nos falta esperanza y mucha fe. En la imagen podemos pensar que ocurre con los demás. Porque, Tú, Señor, sólo te diriges a uno que sabes que lleva allí treinta y ocho años, ¿y los demás? Porque yo puedo estar entre los demás. Dame Señor esa fe y esperanza de saber que a mí también me atiendes, sólo que necesito la paciencia de tu Amor.
Por eso, Señor, te pedimos que transformes nuestro corazón endurecido e incrédulo, en un corazón de carne, suave y abierto a tu Amor, y confiado a tu Palabra. Aumenta nuestra fe, Señor, y llénanos de esperanza para aguardar pacientemente tu llegada como hizo aquel paralitico de la piscina de Betesda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario