Gracias Señor porque me invitas a todas horas. Gracias porque a pesar de encontrarte a la edad temprana, también me esperaste y recibiste cuando perdido regresé a la edad madura y avanzada. Gracias Señor porque indiferente en la plaza de mi vida escuché tu llamada y acudí a tu Viña.
Sé que no merezco esa Gracia, ni tampoco tu Misericordia. Todo es gratuito por tu Amor, y algo que no podré pagar con mis méritos, porque mis méritos son también tuyos, pues de Ti me viene todo, Señor. Tú me sostienes y me das vida, y todo mi aliento viene de tu Gracia y Amor.
Nunca podré decir otra cosa que simplemente gracias, porque, ¿qué sería de mí sin ella? Me has creado, me das y sostienes la vida, y ahora me invitas al Banquete Eterno de tu Hijo Jesús, quien ha dado la Vida para darnos Vida también a todos nosotros. Pero no una vida vulgar y caduca, sino la mismísima Vida Eterna compartiendo el gozo de la felicidad con El.
Nunca nos cansaremos de darte gracias, Señor, porque cada instante de nuestra vida, aunque nos pase inadvertido, se sostiene en Ti. Ocurre que no podemos, ni apreciarlo ni tomar conciencia de la importancia de esos momentos. No estamos preparados para soportar tu Inmensa Presencia. Ya les pasó a Pedro, Juan y Santiago, que quedaron deslumbrados por el resplandor de tu Transfiguración en el Tabor.
Por eso, te pedimos Señor, que nos des la Gracia de descubrirte y de gozar con tu presencia. Y de sentirnos agradecidos por la vida y por tantas cosas que nos parecen nuestras y conseguidas con nuestro trabajo, pero que son en última instancia en regalos de tu Amor. Amén.