Uno de los peores y grandes errores, si no es el mayor, es pensar y creer que tú sólo te bastas para seguir al Señor. Y, más todavía, que puedes, por tus propias fuerzas, tener fe. Nada más imposible y disparatado, y propenso al fracaso que pensar así. La fe es un don de Dios, y será ella la que despertará la inquietud en tu corazón acomodado y endurecido por las cosas de este mundo.
Y se necesita, ineludiblemente, estar inquieto para buscar, pues quien no lo está no busca, ya que no necesita buscar. Sólo busca quien necesita. Así, la cierva busca agua para saciar su fe aun a riesgo de su vida. Por eso, Señor, hoy quiero, a comienzo del Adviento, pedirte esa Gracia: Dame fe e inquietud de buscarte todos los instantes de mi vida.
Despierta e inquieta mi corazón, Señor, para que pueda seguirte. Tal como hizo Andrés, Pedro, Santiago y su hermano Juan. Yo también, a pesar de mi pobreza, mis limitaciones, mis pecados y mis fracasos, quiero responder a tu llamada con un Sí que llene todo mi corazón y lo disponga a servirte como cuna para que nazcas dentro de mi y llenes toda mi vida.
Gracias, Señor, por todo lo recibido, pero quiero pedirte que me des la Gracia y la sabiduría de poner todo lo que me has regalado, gratuitamente, al servicio de todos los hombres y mujeres. Porque ese es tu Mensaje y para eso naces de nuevo cada día dentro de mí. Y porque eso será la consecuencia de seguirte, Señor. De tal forma que de no hacerlo mentiría si dijera que te sigo.
Y, Señor, me descubro pobre, limitado e incapaz de ser digno de tu amor y de ser discípulo Tuyo. Necesito tu Gracia para, en y por Ella, ser capaz de seguir tus pasos y vivir en tu Palabra cumpliendo tu Voluntad. Para eso, Señor, sin Ti no soy ni puedo nada. Amén.