Confieso y reconozco que mi corazón está sucio y endurecido por el pecado. Un corazón que ama en la esperanza de ser amado es un corazón que busca recompensa en este mundo. Un corazón que no ama de forma gratuita sino por alcanzar la recompensa. Y reconozco, Señor, que soy esclavo de mis propias miserias. Nunca podré liberarme sin tu Gracia.
Mi identifico con el publicano de la parábola, Lc 18, 9-14, y también con Zaqueo, el Evangelio de ayer domingo. El primero fue justificado y el segundo cambió su corazón. También yo te pido, Señor, que me cambies y transformes mi corazón, porque soy un pecador y necesito tu Gracia para amar como Tú me amas. Sólo Tú, Señor, puedes cambiar mi corazón egoísta y endurecido.
Eso es lo que hoy, desde este rincón de oración, te pido, Señor. ¡Conviérteme y transfórmame! Dame, Señor, la paciencia y perseverancia para saber esperar. Y, sobre todo, confiar. Confiar en que Tú, como al publicano y Zaqueo, cambiarás mi endurecido corazón por uno semejante al tuyo. Amén.