Comienzo la oración silenciando la mente. Pongo la atención en la respiración. Respirar es vivir. Dios me regala la vida aquí y ahora. El Espíritu Santo hace presente a Jesús. En la oración me abro a la presencia del Espíritu. Mis sentidos no pueden captarlo, pero habita en mí y guía mi vida. Espíritu divino, ilumíname para elegir el bien. Espíritu divino, consuélame en las penas de cada día. Espíritu divino, pacifícame en las adversidades del camino.
Señor, gracias por la alegría que me brota de los adentros como un surtidor de vida. Ayúdame a contagiarla, Señor. Es tuya y, por tanto, nuestra. No permitas que la pena encoja mi corazón. Envíame un rayo de tu luz divina y mi esperanza se abrirá como una flor y dará el perfume de la paz y del amor. Amén.
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