Comienza la oración escuchando la experiencia de San Agustín, que puede ser la tuya: «Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y así fuera te buscaba. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo» (Confesiones, Libro 10, 27).
Jesús en el Evangelio te hace esta invitación: «Tú, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6, 6). Haz un momento de silencio, que te ayude a entrar dentro de ti. Descúbrete habitado, mirado, amado...
Ven, Espíritu Santo, purifica mis deseos y motivaciones. Ven, Espíritu Santo, silencia mis ruidos interiores. Ven, Espíritu Santo, enséñame a vivir este día al estilo de Jesús. Señor, envíame tu Espíritu para que pueda entenderte. Hazme servidor en medio de tu Iglesia. Concédeme servir con alegría y generosidad. Abre mis oídos a los pequeños, a los que apenas tienen voz, a los que tú siempre escuchas, aunque el mundo trate de silenciarlos. Amén.
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